sábado, 20 de enero de 2018

Frankenstein y Goya - otra del Lolo Amengual


Hace 200 nacía el más famoso de los monstruos: Frankenstein.
Mary Shelley escribió el libro; su personaje, el Dr. Frankenstein, creó al monstruo con partes de cadáveres; y nosotros tenemos de él la imagen de Boris Karloff, en su caracterización para interpretarlo en la película* Dr. Frankenstein, de 1931, dirigida por James Whale.


Unos años antes, en 1799, Francisco de Goya, hizo una serie de aguafuertes que denominó Caprichos entre ellos uno, el Nº 49, que llamó Los Chinchillas. Allí satirizaba a la aristocracia española, poco culta y entregada a la vagancia según él. Si nos fijamos en los dos nobles veremos que hay una similitud notable con la caracterización de Karloff: frentes cuadradas, brazos pegados al cuerpo en actitudes rígidas, un candado o parte metálica en la cabeza, boca abierta, etc.
Es muy posible que los diseñadores de la película se hayan inspirado en la obra de Goya, o al menos, la tomaran como referencia.


Quien me hizo conocer esta coincidencia es el dibujante y humorista Lolo Amengual, admirador y especialista en la obra de Don Paco de Goya y Cifuentes. A tal punto, que ha mantenido una empecinada correspondencia con él: en los últimos cinco años le ha escrito 82 cartas, que por algún misterio el sordo no ha respondido (aunque el Lolo tiene indicios de que las ha leído). Pero de esto nos ocuparemos más adelante.


*El éxito de la película dio lugar a una saga interminable: La novia de F.(1935), La sombra de F.(1939), etc.
Boris Karloff, Los Chinchillas de Goya, La maja desnuda en versión de Lorenzo Amengual y el afiche de la película.
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miércoles, 3 de enero de 2018

Elisa (cuento)


Anteayer enterramos a Elisa, mi suegra. Su muerte nos tomó por sorpresa, parecía que la vieja iba durar más que la eternidad.
‒Pobre Ricardo, ‒me dice Raquel con una sonrisa beatífica‒ estás fundido. Es natural, te tuviste que hacer cargo de todos los trámites, la cochería, la parcela del cementerio. Descansá, yo salgo a caminar para distenderme un poco‒.
Me alcanzó un té y se fue tranquila, con más paz que tristeza. Yo, en cambio, estoy inquieto y algo paranoico. Cerré los ojos y di el primer sorbo.

Es curioso, pero nosotros, que no tenemos hijos, somos los continuadores de esta familia. Mi mujer y yo llevamos quince años juntos. Más de una vez me pregunto cómo sucedieron las cosas, cómo fue que terminé “aceptado” o “adoptado”, y siempre me respondo lo mismo: se habían terminado los buenos tiempos, llegué en época de vacas flacas, venían en picada, económicamente hablando, y mis buenos ingresos era lo que más interesaba, a la vieja especialmente. Nunca se termina de conocer a la gente. Hay aspectos míos que me sorprenden, con más razón las cosas de los demás, de ellos, de mi esposa. Siempre fueron una familia rara o que yo, al menos, no termino de entender.
El velorio ha sido revelador. No puedo decir que tengo el rompecabezas completo, pero cada pájaro que llegaba a dar el pésame iba trayendo algunas partes, dejando sus recuerdos, aportando sus historias. Tengo una sensación rara, me siento confuso, como si me faltaran piezas, vacío, molesto. Necesito descansar, voy a tratar de dormir.

Los buenos viejos tiempos tuvieron su punto alto unos setenta años atrás, cuando el ahora patriarca¸ Don Bernardo, fundó con un socio la droguería, que en pocos años pasó a tener tres sucursales, una frente al Clínicas. Francisco, su hijo, quedó al frente de la empresa para la misma época en que se casó con mi suegra. Dicen que el viejo le tenía un afecto muy particular, que decía que ella era su verdadera continuadora. Vaya uno a saber lo que habrá sido en su juventud, últimamente era una vieja jodida y taimada cuya víctima preferida era Raquelita, como ella le dice, le decía. La más inteligente fue mi cuñada Nenucha. Puso distancia, se fue a vivir a Italia, no le daba calce y la mantenía alejada. Fue una sabia y sana decisión, al precio del exilio, claro.

Conmigo ni fu ni fa, ella estaba en su casa y nosotros en la nuestra. Lo que compartíamos eran las salidas a cenar, varias veces por semana. No se perdía ni una, comía con una voracidad asombrosa, siempre platos raros y se la pasaba eligiendo lugares sofisticados que sacaba de La Nación y se los hacía pedir a Raquel para que yo no pudiera decir nada. Le seguía la corriente, me divertía verla comer hasta reventar. No sé cómo hacía pero mantenía una buena silueta. Podría decir que hasta era bastante elegante, no podía ser menos con la ropa que compraba, siempre haciéndose acompañar por la hija, en lugares caros y con la tarjeta que terminábamos pagando nosotros.

Con Raquel ejercitaba lo peor de lo suyo, era cruel y demandante, siempre insatisfecha. Ahora me vengo a enterar de que mi mujer es muy parecida a Josefina, la hermana menor de Elisa, tan bonita como ella parece. También parece que era algo más que la secretaria de Francisco, pero ese tema mejor ni mencionarlo. No se habla del asunto desde el fallecimiento del marido, que vino a restablecer la entonces amenazada armonía familiar. Y si hacía falta algo más para enterrar el tema, dos años después también murió ella.
La pobre Elisa, con dos hijas que no habían terminado la primaria, de repente tuvo que ponerse al frente del negocio e hizo lo que pudo con él. Empezaban los tiempos duros
En cierto modo no fue una vida fácil la suya, no debía tener cuarenta y cinco años y le cae todo eso encima. Puso al contador como gerente, pero tampoco alcanzó. Siguió unos años pero el tipo se esfumó y la empresa se la tuvo que vender a un laboratorio. Quedaron razonablemente bien, con propiedades, una es el departamento donde vivió hasta ahora y las otras se fueron en sostener el tren durante un tiempo. Esta es la época en que aparezco yo en la familia. Elisa todavía era una mujer atractiva pero con un rictus de dureza en la cara y una mirada que podía congelarte.

Para colmo de males nuestro casamiento, que parecía tenerla indiferente, se juntó con un hecho menor: le sacaron la presidencia de una asociación de madres de una escuela de Palermo que, en realidad, era un grupo de amigas o conocidas que se reunían los jueves a jugar al burako y a la escuela iban sólo una vez por año a llevar minucias a la cooperadora. Las dos cosas la sumieron en un proceso depresivo, envejeció de golpe, se retrajo, fue perdiendo las pocas amigas que le quedaban. Su carácter se agrió y endureció más aún. Se notaba que iba quedando sola, pero con su mirada dura y su capacidad de jorobar buscaba permanentemente víctimas propiciatorias. La ligaba el que tenía más a mano. Raquel estaba en el elenco estable, pero otros entraban y salían en el círculo de su veneno. Iban y venían, como objeto de su odio, el administrador del edificio, el portero de al lado, la dueña de la Farmacia. Yo me he venido salvando por quién sabe qué designio. Como sucede a menudo con las personas malas tenía una salud de hierro, de modo que la perspectiva era que nos iba a terminar enterrando a nosotros.

Hace un tiempo, los milagros existen, empecé a contar con su estima y a ser tenido  en cuenta para opinar sobre temas cotidianos.
‒Ricardo, estoy haciendo una nota al administrador para que solucione de una vez por todas los problemas de humedad en mi departamento. Necesito que vos la veas y me des tu opinión. ¿Podés venir a casa mañana a la tarde?
‒Por supuesto, mañana estoy ahí, ‒le contesté
Si hay algo que me caracteriza es que soy un tipo tranquilo. Estoy acostumbrado a tomar buenas decisiones y a encontrar caminos, hasta en dónde hay pocas salidas. No siempre son procesos racionales, muchas veces uso la intuición. Incluso, y en no pocas ocasiones, me dejo llevar por corazonadas y hasta por supersticiones. Confieso que estas últimas me dan un poco de vergüenza, pero es algo superior a mí que me asalta y me dice que elija tal o cual opción. Como la suerte me ha acompañado hasta ahora, no quiero ni pensar en cambiar de sistema, todo va bastante bien así.

Salí antes y fui directo a su casa. Elisa se había arreglado más que de costumbre, pero no me llamó la atención ese detalle, al que recién ahora recuerdo. Mientras preparaba la mesa fui a mirar detenidamente las humedades y me pareció que estaban secándose. No eran para tanto, voy a enfriar el asunto, pensé.
Los tés estaban humeando y cuando me acomodé, volvió a la cocina para buscar algo.
En ese preciso momento me vino un impulso irreprimible y rápidamente intercambié las tazas. Traté de hacerle entender que la mejor estrategia era que bajara el tono agresivo de su nota ya que el problema estaba, casi seguro, solucionado.
‒ ¿Vos creés?
‒ Sí, ‒le dije‒. Esto ha llegado hasta acá y está en retroceso.
‒ Me gusta tu optimismo, pero para mí, en cualquier momento estas cosas reaparecen. Gracias de todos modos .
Nos despedimos con un beso. Raquel la encontró al día siguiente, en la cama, vestida.
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